“El Conflicto es una incompatibilidad entre dos partes, una interacción en la que predomina el antagonismo frente a la atracción y un proceso complejo que nace, crece, se desarrolla, puede morir o quedar estacionario y en el que las partes que intervienen están involucradas en la co-construcción del mismo”. (Suares, 1996)
Cada persona tiene su forma de percibir el mundo y de interpretar a su manera aquello que le acontece. A esto se le llama estilo cognitivo o estilo de pensamiento. Nuestro estilo cognitivo es el que va a determinar en nuestra vida nuestros pensamientos y emociones, los cuales a su vez se manifestarán en nuestro cuerpo físico y nos prepararán para la acción.
Los conflictos que experimentamos a lo largo de nuestra vida derivan de nuestro estilo cognitivo y la respuesta que damos a los mismos no deja de estar condicionada por dicho estilo cognitivo, así como por nuestros pensamientos y creencias sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre la vida en general.
Ante una situación conflictiva cada persona puede tener una diferente percepción de las cosas, de ahí la importancia de comprender las causas de estas diferentes interpretaciones, tanto las propias como las ajenas. La capacidad de empatizar con los demás es lo que nos va a permitir comprender las percepciones de los demás y promover el reconocimiento y el entendimiento recíprocos.
El conocimiento y la toma de consciencia sobre el origen, funcionamiento y desarrollo de los conflictos es fundamental para que nuestra respuesta frente a los mismos sea la adecuada. La respuesta, al igual que todo el proceso previo, depende siempre de nosotros mismos, y la misma puede ser positiva o negativa, todo ello en función de los medios que empleemos para gestionar los conflictos y las consecuencias que se deriven de dichos medios.
De este modo, una concepción positiva de los conflictos entiende que podemos aprender a convivir con los conflictos mediante el uso de medios pacíficos como la negociación, la mediación, el arbitraje…, transformando pacíficamente las tensiones y las relaciones, y creando juntos nuevos objetivos de futuro.
Por otro lado, la concepción negativa de los conflictos entiende el conflicto como un ente que ha de ser eliminado mediante el uso de medios violentos como la agresión física, el uso de armas…, cuyas consecuencias son destructivas para todos los integrantes en el conflicto e incluso para las personas que directamente no están involucradas en el mismo.
La violencia es una respuesta negativa y desproporcionada al conflicto, cuyos efectos son destructivos y devastadores de las relaciones humanas. El miedo a vernos privados de necesidades básicas tales como la alimentación, el dinero, la protección, la seguridad, la dignidad, la aceptación, la libertad, etc... puede activar en nosotros una respuesta violenta que puede afectar a nuestra integridad o a la de los demás.
NECESIDAD → MIEDO → VIOLENCIA
Así pues, aspectos como la competitividad, la falta de cooperación, la falta de empatía y el miedo no hacen más que complicar el problema y contribuir a una escalada progresiva del conflicto. De ahí la necesidad de cambiar nuestro estilo cognitivo y nuestras cogniciones, a fin de responsabilizarnos de los problemas y equilibrar estrategia y cooperación, pues los conflictos son responsabilidad de todas las partes implicadas y la solución sólo se consigue cuando todas las partes se involucran en la misma.
“El Conflicto es un proceso interactivo e inherente a las relaciones humanas que acontece en un determinado contexto social, del que pueden derivar multiplicidad de respuestas y que regulado pacíficamente propicia el cambio social”. (Fisas y Armengol, 1998 y Lederach, 1995)
De lo que se trata es de aprender a darnos cuenta de cómo funcionan los conflictos y responder de forma pacífica a los mismos. Sin embargo, antes de actuar, es muy importante realizar un análisis del problema que tenemos entre manos. Para lo cual es importante que nos hagamos algunas preguntas tales como: ¿Cuál es el problema?, ¿Quiénes son los implicados?, ¿Qué desean los implicados?, ¿Por qué desean lo que desean los implicados?, ¿Qué opciones de solución al problema se me ocurren?
Una vez hemos contestado a estas preguntas ya podemos establecer el diagnóstico de lo ocurrido, por lo tanto, podemos saber qué ha ocurrido, ante qué tipo de conflicto estamos y cuáles son las causas del mismo. Este paso es muy importante, pues aunque todos los conflictos comparten una estructura común y unos elementos tales como la historia, las expectativas, las emociones, las percepciones, las posiciones, los intereses, las relaciones de poder y los valores que hay que analizar, establecer a priori el tipo de conflicto y sus causas nos puede ayudar a comprender el conflicto y a buscar los métodos de solución más apropiados para la resolución del mismo, es decir, el tratamiento a seguir, la respuesta al conflicto.
Así pues, por poner un ejemplo, la respuesta no será la misma ante un conflicto normativo que ante un conflicto de intereses. Un conflicto normativo, es aquél en el que las partes atribuyen interpretaciones diferentes a una misma norma legal o manifiestan su discrepancia sobre la normativa a aplicar a un determinado tema. Este tipo de conflictos, si las partes no se ponen de acuerdo, lo mejor es que sean atendidos en los Tribunales de Justicia. Sin embargo, un conflicto de intereses en el que las partes necesitan satisfacer necesidades propias en las que está implicada la otra parte para su consecución puede ser atendido mediante una negociación, una mediación y/o un arbitraje, sin necesidad de acudir para su resolución a los Tribunales.
“El conflicto en sí es destructor y creador; peligroso por su violencia, pero una excelente oportunidad para crear algo”. (Galtung, 2003)
El Conflicto siempre es una oportunidad de cambio, de aprendizaje y de crecimiento lo que ocurre es que en el momento en que nos encontramos ante un conflicto no somos capaces de ver ante nosotros estas oportunidades y lo que solemos ver son problemas y obstáculos. Esta visión del conflicto como oportunidad es lo que forma parte de lo que hemos llamado el estilo cognitivo.
Tener una predisposición positiva frente a los conflictos viéndolos como oportunidades de cambio y de aprendizaje es lo que va a ayudarnos a generar pensamientos positivos, neutralizar las emociones negativas y actuar ante los conflictos mediante el uso de métodos de gestión positiva.
Gestionar los conflictos de forma positiva es como un juego que se aprende y que se desarrolla con la práctica. Para ello necesitamos preparar nuestra mente, cambiar nuestras creencias, responsabilizarnos de nuestros actos, colaborar con los demás, empatizar con ellos y, en consecuencia, actuar.
¿Jugamos?
María del Carmen García Jiménez
Mediadora Profesional