Participar en un proceso de mediación significa abrirse al cambio. La mediación provoca cambios en las personas. Cambios en la forma de pensar, de relacionarnos, de expresarnos, de negociar… siempre que la oportunidad se aprovecha, claro. Pues la mediación no deja de ser eso, una oportunidad para el diálogo, para el entendimiento, para el acercamiento, para la cooperación… para la toma de consciencia.
Las preguntas, los silencios, el lenguaje no verbal, todo es una oportunidad para detenernos y pensar, detenernos y tomar consciencia. Cuando tomamos consciencia, es decir, cuando nos damos cuenta de aquello que hacemos y cómo lo hacemos, de aquello que decimos y cómo lo decimos, de aquello que queremos, de aquello que nos preocupa, de aquello que nos importa, y existe en nosotros una verdadera voluntad de cambio, el cambio ocurre.
El proceso de mediación es una oportunidad para reflexionar con la mirada puesta en el futuro, de comunicarnos y negociar de forma diferente. De nada sirve enfocarse en aquello que no ha funcionado o en quien nos ha fallado, pues ese enfoque no nos ayudará a encontrar las soluciones que buscamos. Es el momento de tender puentes, de crear nuevas opciones, de dejar atrás el rencor y apostar por la cooperación, entonces, el cambio sucede.
Este proceso nos brinda la oportunidad de escuchar y comprender a las otras personas, entendiendo aquello que piensan y sienten, lo cual no significa que compartamos. Aprendemos a ser flexibles y creativos, a ver la vida a través de unos lentes que no son los nuestros y advertimos que los matices son importantes. Con la mediación abrimos nuestra mente a nuevos enfoques, a nuevos escenarios en los que encontramos mejores resultados colaborando con los demás en vez de seguir enfrentados.
La mediación implica voluntariedad. Voluntariedad de iniciar un proceso de cambio, de buscar soluciones consensuadas, de entendernos, de dialogar, de escuchar con el foco puesto en el otro, de compartir, de expresar aquello que pensamos y sentimos, aquello que incluso no somos capaces de expresar con palabras o de expresar en otro lugar.
La mediación también implica confidencialidad. Confidencialidad en aquello que pensamos y que decimos. Confidencialidad de nuestros sueños, de nuestros anhelos, de nuestras dificultades, de nuestra incomprensión, de nuestros sentimientos, de nuestras emociones. Una confidencialidad que ayuda en la búsqueda de soluciones entre las partes y con la que el mediador acompaña a las partes en todos sus temas y en todo momento desde la imparcialidad y la neutralidad.
Y en este proceso es esencial la buena fe de las personas. La buena fe, término que procede del latín “bona fides”, tiene que ver con la honradez, con la honestidad, con decir la verdad de las cosas, con los buenos sentimientos hacia los demás. A través de ella vehiculamos nuestros actos, los cuales siempre tienen que estar guiados por este principio espiritual que se ha convertido en el eje central del Derecho y de la Mediación, siendo uno de los principios fundamentalísimos del procedimiento de mediación.
Cuando participamos en un proceso de mediación asumimos y recobramos nuestra plena responsabilidad en todo lo que hacemos y decidimos, es lo que se conoce como autodeterminación. Entendemos que somos los dueños de nuestros actos y aceptamos las consecuencias que se derivan de los mismos. Nadie nos juzga, ni decide por nosotros. Al contrario, recuperamos el control y el poder sobre nuestra vida y, entonces, el cambio sucede.
Y el cambio tiene lugar porque hemos aprendido. Hemos aprendido de los errores. Hemos aprendido con y de la otra persona. Aprendemos a recuperar la confianza, la confianza en nosotros mismos y en aquellos en quienes habíamos dejado de confiar. Aprendemos a saber lo que queremos, a empoderarnos, a reconocer a la otra persona y todo aquello que ha hecho o hace por nosotros, a respetarnos, en definitiva, aprendemos a amarnos, siempre y cuando estemos abiertos a esta posibilidad.
Y este aprendizaje es un aprendizaje de ida y vuelta. Es un aprendizaje de los mediados y del propio mediador. Es un aprendizaje como persona, íntimo e interior, que luego se traslada al resto de ámbitos de nuestra vida. Participar en un proceso de mediación es una oportunidad única de cambio y de aprendizaje que nos transforma y nos ayuda a ser mejores personas. ¡Aprovechemos esta oportunidad!
María del Carmen García Jiménez
Mediadora Profesional